
A estas alturas todos sabemos que el mercado inmobiliario se ha transformado y las casas han perdido valor. Un colega mío insiste en que en determinadas zonas el valor de los inmuebles no puede seguir bajando porque ya se está vendiendo casi al coste. Yo soy de la opinión de que manda el mercado y que si no hay compradores, los vendedores tendrán que seguir bajando el precio (ya vimos un ejemplo de ello en el post anterior).
Pero independientemente de quién tenga razón y quién no, ambos nos enfrentamos al mismo problema al dar un valor de tasación: la sostenibilidad. Me explico: un informe de tasación tiene, por ley, una caducidad de tres meses (hasta hace bien poco eran seis), pero la misma normativa establece que el valor para garantía hipotecaria debe garantizar una sostenibilidad de tres años mínimo. Es decir: en los próximos tres años no debe haber una variación de valor significativa del inmueble. En la práctica, se obliga al tasador y a la sociedad de tasación a convertirse en una especie de gurú económico que predice el futuro financiero mejor de lo que lo pueda hacer cualquier economista. Los tasadores somos arquitectos, aparejadores e ingenieros y no tenemos esa clase de conocimientos económicos, pero, dado que es algo que se nos exige, necesitamos estar informados, estar atentos a las noticias que publican los que sí que saben del tema, actualizar nuestros conocimientos y aportar nuestra experiencia para llegar a una conclusión que, no olvidemos, va avalada con nuestra firma.

Esa especie de predicción del futuro que estamos obligados a incluir en cada informe se refleja numéricamente en un coeficiente por el que se multiplica el valor de tasación y que recibe el nombre de "coeficiente hipotecario" (Kh en los informes) y en teoría corrige las posibles variaciones en el medio plazo que el valor de tasación pueda tener.
Pensemos un momento en lo absurdo de la situación. Este coeficiente debería reflejar la tendencia en los próximos años; lo que va a pasar. Por ello, debimos empezar a incluirlo antes de que empezara toda la crisis, justo en el momento de mayor auge inmobiliario. Pero por entonces, nadie era capaz de pensar que llegaríamos a esta situación. Imaginaos si a alguien se le hubiese ocurrido reducir un 10% el valor de una tasación en aquel momento, cuando parecía que los créditos los regalaban y el que no compraba un piso era un bicho raro... Le tacharían de loco.
Luego llegó el pánico. ¡Los valores estaban bajando! Empezamos a aplicarlo a diestro y siniestro. Un 10%, un 15%... Valores fruto del desconcierto que ha asolado a las sociedades de tasación ante el nuevo panorama. Todos lo veíamos muy negro y como siempre, hay que cubrirse las espaldas. Ahora empezamos a vislumbrar otra situación. Estamos al final de este tramo de descenso de precios (aunque puede que haya otro después) y estamos llegando a un equilibrio. Es la impresión que me llevo después de varios estudios de mercado y charlas con promotores e inmobiliarias. Quizá ahora sea cuando debemos dejar de aplicarlo si seguimos la lógica del razonamiento. Las caídas se han moderado y tenemos que ser capaces de ajustarnos de nuevo. Quizá debamos aplicar un 2 o un 3% sobre el valor de tasación. Hay quien dice que no se debe aplicar nada. De nuevo inseguridad... Pero aplica tú esa lógica y el servicio de Control Técnico de la sociedad de tasación correspondiente te dirá que en qué mundo vives.
Por supuesto que tenemos ayudas matemáticas para prever escenarios, pero las fórmulas estadísticas que funcionaban para tiempos de bonanza, no lo hacen para los de crisis y al final nos vemos solos en la tarea de ser los oráculos del mercado inmobiliario. Y hay que hacerlo o alguien vendrá y lo hará por nosotros, así que se me antoja que la información sobre el mercado inmobiliario y la capacidad de análisis de cada técnico es algo que aumenta de valor en estos tiempos.
Lanzo una pregunta como conclusión: ¿no deberían las sociedades de tasación ponerse las pilas para dar formación continua a sus tasadores sobre estas cosas?