Durante la época en la que se hacían hipotecas como churros, a los tasadores nos veían poco más o menos, como un molesto trámite oligatorio que había que despachar lo más rápido posible y que no nos atreviésemos a tasar bajo, que no sabíamos lo que hacíamos, que si estábamos locos y todo eso que hemos vivido todos los que nos dedicamos a esto.
No siempre ha sido así. Hablando con un compañero que lleva en esto desde antes de que yo naciera, me entero de que antes, cuando los bancos no mendigaban por la hipoteca de un cliente, eran éstos los que sabían que la decisión del banco dependía en gran medida de nuestra valoración, y en consecuencia, en las visitas se nos trataba a cuerpo de rey. Me dice mi compañero que en ocasiones, la visita se convertía en un acontecimiento social y durante la misma estaba presente toda la familia, con el traje de domingo, y café con pastas preparados.
Ahora no se puede decir que hayamos vuelto a aquella situación, pero tampoco estamos en la época de "dateprisaquequieroestoya". Ayer en una visita, unos señores muy amables me agasajaron y me ofrecieron café, como le ofrecían a mi compañero hace 30 años.
Por supuesto, también me pidieron que pusiera el valor del inmueble por las nubes, y no lo voy a hacer, así que supongo que cuando reciban la tasación lo que querrán hacer es darme con la cafetera en la cabeza.
Supongo que los tiempos de nuestro prestigio como técnicos y café con pastas, son cosa del pasado.
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