Ya sabéis que me encanta viajar. Y también que me encanta compartir con vosotros alguna reflexión que saco de mis viajes y que tiene que ver con la valoración inmobiliaria. Vengo de pasar unos días en Florencia, ciudad donde he estado para enmendar el pecado de no conocerla, y tengo que decir que me ha parecido una verdadera maravilla. Es la cuna del renacimiento y realmente se nota y se siente en el aire que fue el centro del mundo cultural durante mucho tiempo. El ambiente es muy amable. Cada calle tiene su encanto y cuando paseas por el centro antiguo, es muy frecuente ver el Duomo de Brunelleschi presidiendo al fondo, como un recordatorio: "no olvidéis donde estáis". Tomar un "caffe e latte"* en el Hotel Savoy, de la Piazza de la Republica, o en el Gilli, que está al lado, o en cualquier pequeña cafetería de la ciudad, es algo que no se puede dejar de hacer. O tomar el aperitivo, que para ellos es el tapeo en modo "barra libre" a partir de la 7 de la tarde... Maravilloso. Me estoy enrrollando.
Florencia marcó arquitectónicamente el final del gótico y el comienzo del Renacimiento. La obra que marca esta transición es el Duomo, la Catedral de Santa Maria del Fiore, y en concreto su magnífica cúpula. Voy a resumiros su historia, que me parece muy interesante. Resulta que, básicamente, se decidieron a construirla por celos. Las ciudades de Pisa y Siena ya estaban manos a la obra con sus catedrales y Florencia se quedaba atrás. Así que se pusieron a competir. "Para chulo, yo", debió pensar algún obispo. Arnolfo de Cambio fue el arquitecto que la diseñó, y consiguió construir una de las catedrales más grandes del mundo, con capacidad para unas 30.000 personas. Pero también dejó sin rematar un problema. En el cruce de los brazos del edificio, el hueco era demasiado grande para ser cubierto con una bóveda para los conocimientos estructurales de la época. Y la cúpula quedó provisionalmente cubierta con un techado de madera al ser terminada la catedral, años después de la muerte de Arnolfo.
Y ahora viene lo interesante: en 1419 se abre un concurso para diseñar la cúpula. Entre otros se presentan Lorenzo Ghiberti y Filippo Brunelleschi. Tras muchas trifulcas, Brunelleschi ganó por un solo motivo, a mi parecer: estudió lo que se había hecho e innovó. Se basó en la cúpula de doble hoja del Panteón y la adaptó a Santa Maria del Fiore (entre otros cambios, utilizó ladrillo en vez de hormigón). Fue un diseño sorprendente porque adaptó una técnica existente a sus necesidades de diseño. Al principio Brunelleschi se encontró con lo de siempre: el clásico "no se puede" de la "comunidad de expertos". Parece ser que los convocantes del concurso no estaban muy convencidos y le exigieron cambios en el diseño. Filippo renunció a los cambios y al proyecto y se le asignó a Ghiberti, que acabó reconociendo que no era capaz de construirlo. Brunelleschi volvió para ejecutarlo según la propuesta inicial. Y ahí está. Obra clave del arte y de la arquitectura.
Ya hablamos alguna vez de la innovación en el blog, de lo que piensan muchos expertos inmobiliarios y de lo que no se está haciendo. Cuando en un sector hay una crisis y un producto se deja de vender, se investiga y se innova y se ofrecen nuevas soluciones. Pero en el inmobiliario cuesta mucho más. No hay estudios de mercado, no se encuesta a los potenciales clientes, no se diseñan nuevos productos... Muchos diréis que no se puede, que está todo inventado. También se lo dijeron a Brunelleschi y hoy no se entiende el Renacimiento sin su obra. La innovación tiene valor, y en el ladrillo también. Creo que una salida a la crisis podría ser esa: ofrecer nuevos modelos adecuados a los tiempos actuales. Sé que del dicho al hecho hay un trecho, pero es una salida.
Algo hay que hacer...
*Por cierto: en Italia no consiguieron implantar su modelo de negocio los Starbucks. ¿Motivo? Porque en Italia adoran el café y no hay un solo sitio donde lo hagan mal. Nadie tomaría un café industrializado. Me comenta una amiga que trabajó allí que hasta las máquinas italianas de vaso de plástico dan mil vueltas a alguno de los restaurantes de renombre de Madrid o Barcelona (y por cierto, el Capuccino se toma en el desayuno, y el resto del día, Manchiattos)
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